Mientras hoy se
cumplen 120 años de la caída de José Martí
en el combate de “Dos Ríos” en la región más oriental de Cuba, hoy
también se aproxima otra ronda de conversaciones definitorias entre los
gobiernos de Cuba y los Estados Unidos de Norteamérica.
Por vejez, por haber
nacido como diría Lenin “con el pecado original”, aprendí a respetar mi himno
nacional como también el de los Estados Unidos de América; a conocer su geografía política tanto como la
nuestra. Aprendí a amar al país cercano, pueblo amigo que en infinita
generosidad abrió sus puertas a la inmigración de nuestra patria cuando
luchábamos por nuestra independencia contra el yugo opresor español. Guerra de
independencia que tuvo lugar al final de la epopeya emancipadora continental de
América. Cuando Perú, último país de tierra continental americana hacía ya
cincuenta años que era libre de España, Cuba seguía siendo colonia de esa
metrópolis.
Allí, en la patria
de Lincoln vivió nuestro José Martí, en pleno corazón del monstruo y conoció
sus entrañas pero también admiró a sus próceres, su avanzada agricultura, su
pueblo trabajador.
La experiencia
revolucionaria de los Estados Unidos de América, de más de 14 años de lucha por
su independencia sirvió junto a otras contiendas latinoamericanas como escuela de rebeldía y
ejemplo que seguimos los cubanos, hasta alcanzar nuestra total independencia en
los albores del pasado siglo, aun cuando la verdadera soberanía, como expresión de la dignidad plena de los
cubanos, solo nos llegó después en la segunda
mitad del siglo XX con la victoria conclusiva de la generación del centenario.
Hace
muchos años el padre de la patria estadounidense George Washington, primer Presidente de los
Estados Unidos, gracias sobre todo a su papel destacado en la Guerra por la
Independencia de su país, al cierre de su discurso inaugural pronunciado en el
Senado el 30 de abril de 1789 hace más
de doscientos años pidió la ayuda de Dios
y dijo: “Pido al padre su bendición divina se
manifieste en los amplios puntos de vista, las deliberaciones comedidas y las
sabias medidas de las cuales debe depender el éxito de este gobierno”.
A
partir de 1959, luego de que diez administraciones pasaran por la oficina oval
de la Casa Blanca, ahora cubre su turno el premio Nobel de la Paz. Casi al
cierre de su mandato, evidentemente deliberaciones comedidas y sabias medidas aconsejaron a Barack Obama ese
reclamo de nuestros pueblos. Espero ver nuevamente ondear una a lado de la otra nuestras banderas, simbólicamente
abrazándose como hermanas, mientras se
tocan una a la otra batidas por el viento. Las trincheras de ideas nos dieron
la victoria y nuestro noble pueblo que
no sabe odiar cultiva hoy rosas blancas.
José
A. Buergo Rodríguez
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